Mucho se ha escrito sobre el estilo de Harold Pinter y de las resonancias que percutan sus textos.
Mucho y muy reduccionista las más de las veces. Ante el asombro y lo difícil de la clasificación,
resulta mas elocuente inundar de referencias ya asimiladas los textos que nos inquietan, para así
colocarlos en la estantería de autores digeridos. ¡Ah!, si, Pinter…, claro: grandes influencias de
tal y cual y al mismo tiempo uno de los autores mas influyentes de la segunda mitad del siglo XX.
Está bien, siempre se busca un discurso tranquilizador, que nos permita encuadrar el asunto y así
poder empezar a disertar -¿pontificar?- sobre autor, tendencias,
enclaves y comprensiones. Eso sí, dejando un margen de profunda
comprensión sólo disfrutable por ciertas élites que serán las depositarias
del “misterio”.
Siempre hay quien sabe cómo y de qué modo se debe interpretar al
autor. Y apartarse de ahí, se convierte en peligroso y, consecuentemente,
se corre el peligro de no ser pinteriano. ¡La vâche!.
Pero lo cierto es que su universo teatral ha devenido un lugar personal, único, demoledor, crítico,
disolvente e ideológico. No hay un solo Pinter, sino múltiples, unidos por un máximo común
denominador: el hombre urbano occidental, su alienación, su disolución, a la par que crece un
poder occidental pretendidamente democrático y radicalmente aniquilador.
Decíamos que Pinter alberga muchos Pinter en su dramaturgia y estilo teatral. Hothouse, Invernadero
en la extraordinaria versión que firma Eduardo Mendoza, pertenece al Pinter de las farsas
negras, muy negras, dislocadas, trepidantes, ácidas y corrosivas, como un río subterráneo vitriólico
que deshace y disuelve todo aquello que encuentra a su paso; y donde el Poder, político y
estatal en este caso, asoma su hocico maloliente y exterminador.
El invernadero, el establecimiento de reposo al que hace referencia el autor, es todo lo contrario de lo
que parece o de lo que su pretensión indica: un lugar balsámico y de rehabilitación. Antes bien, es un
espacio en el que se ha instalado el horror y la aniquilación psíquica y total, la negligencia y el desamparo
y, cómo no, el asesinato, la desaparición impune, y el mutismo institucional.
Usted, probo ciudadano y seguidor del orden establecido, puede, sin saberlo, cometer algún
error y perderá su identidad: se convertirá en un número, su cerebro será lavado eléctrica y brutalmente
y no será difícil que desaparezca para siempre...
Y este mecanismo del poder establecido es tan feroz y voraz, que acabará devorándose a sí mismo
en ese lugar aséptico, tranquilo, fraternal, y que en el momento de iniciarse la acción celebra
la fiesta de la Natividad del Señor.
¡Ojo!. Cuidado…
No permita bajo ningún concepto
que lo metan ahí.