Lo confieso: Idolatro a Woody Allen. Le admiro. He soñado con ser Woody Allen. Hubiese vendido el alma y hasta la
moto a cambio de su enorme ingenio, su desproporcionado talento, su irónica visión de la existencia y su capacidad
de trabajo. Hubiese aceptado cargar con sus neurosis (tampoco es para tanto), con su aspecto físico (eso es quizá
más duro) y hasta con su tartamudeo eterno.
Por eso, cuando me propusieron dirigir “Si la cosa funciona” me sentí como si un gran sueño se hubiera cumplido:
dirigir una versión teatral de una de sus más ácidas comedias, es casi como meterse en su piel.
Es un lujo poner en pie sus diálogos, entender su lucidez de pensamiento, hacer que el público se divierta
reflexionando, ría y empatice con los personajes… sí, efectivamente es un lujo pero también un gran reto, que acepto
lleno de ilusión, de ganas y quizá también de inconsciencia, pero como dijo el bardo en boca de Hamlet: “la conciencia
nos hace cobardes”, así que ¿quién dijo miedo?
“Si la cosa funciona” habla de la existencia, de la montaña rusa de la vida, del paso del ser humano por este planeta,
pero también habla de los prejuicios y los lugares comunes, del poder de cambio que tiene la civilización, nos cuenta
un Nueva York dónde todo es posible, nos habla del amor… es casi un cuento contemporáneo, la excusa de un nuevo
Pigmalión sirve para confrontar experiencia e inocencia, pensamiento e intuición, amargura y felicidad.
Woody Allen en estado puro, pero también a través del tiempo y de su obra, ya que la adaptación del guión original es
una labor de orfebrería dramatúrgica para condensar el universo de uno de los mayores genios de nuestro siglo, un
texto que mantiene el ritmo y el humor sin dejar de llamar al pan, pan y al vino, vino. La estética elegida nos permite
un bonito recorrido por la más emblemática de las ciudades americanas, pero también un paseo por las inquietudes
del ser humano. El humor implacable de los diálogos y situaciones de Allen es como un cicerone que nos acompaña
durante toda la representación, sus personajes tiernos y fuertes a la vez son un reflejo de nosotros mismos, con
nuestros miedos expuestos a la luz pero con la valentía de afrontarlos y de darles la vuelta, de asomarse a una ventana
por la que entra el aire fresco de la vida.
Cinco actores que son un sueño para cualquier director, un equipo artístico y técnico envidiable y muchas cosas que
contar en un texto trepidante, son nuestras bazas para colocar una coma y una tilde en el título de nuestra comedia,
y que nuestro público salga del teatro afirmando que “¡Sí, la cosa funciona!”. (Alberto Castrillo-Ferrer
- Director)